Cuando nos dispusimos a volver a La Paz desde Puno, nos encontramos con que había paro en la ciudad y no podíamos volver. Un señor nos ofreció su lancha para ir hasta Copacabana por 15 pesos y con él huímos del Perú, no del todo legalmente, hasta el hermoso pueblecito hippie.
Al llegar, volvimos a uno de los hoteles donde dormí la primera vez que estuve en Copa, en diciembre. Paseamos por las calles, hicimos música y artesanías, fotografiamos todo... Volvimos a hacer el paseo de los eucaliptos e incluso acampamos en la playa. Comimos en restaurantes vegetarianos (que en Bolivia están contados) y por la noche nos pilló una lluvia torrencial y tuvimos que huír al hotel.
Al día siguiente continuó la música y la tranquilidad. Estuvimos haciendo dread-locks (rastas) en la playa y nos encontramos con la paceña y el cochabambino que conocí en la lancha la primera vez que estuve en Copa, cuando nos dirigíamos a la Isla del Sol. Más tarde nos encontramos con un niño que vendía helados y se nos enganchó como una hora entera para hablar. Cuando nos entró hambre, cometimos el error de meternos en el primer lugar que nos pareció bueno y pedí la trucha que me destrozó el estómago por 3 días (con sus 12 horitas seguidas de vómitos incluídas...). Al final del día decidimos volver a La Paz para ver cómo estaban las cosas en la ciudad del despute.
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